¿Perfección? En muchas ocasiones vemos cómo las personas tratan de ocultar, disimular o quitar las arrugas, marcas o cicatrices que hay en nuestros cuerpos, quitar las “imperfecciones”
Sin embargo, cuando vemos las arrugas, las cicatrices, podemos ser testigos del camino que otros han ido siguiendo, los recuerdos que guardan, los sentimientos que muestran, y todo ello es parte de ellos, de sus historias.
Con el paso de los años, las arrugas empiezan a aparecer por las expresiones habituales de nuestros rostros, de las subidas y bajadas de peso…
Con el pasar de las experiencias vamos acumulando cicatrices en nuestro cuerpo y nuestra alma que son parte de nosotros, de nuestro aprendizaje, crecimiento, de los golpes, caídas, sufrimiento…
Las arrugas de tus continuas sonrisas, o tus fruncidos de ceño, tus arrugas por el paso de los años, por las preocupaciones, las horas en vela esperando encontrar solución a los problemas. Esa expresión que solo haces tú cuando te sorprendes, cuando te concentras…
Las arrugas de tus manos, de tu esfuerzo, de tu trabajo…
Las cicatrices que son el recuerdo de aventuras de la infancia, de la diversión con riesgo, de un mal golpe o la caída de un árbol.
Cicatrices que nos muestras batallas ganadas, enfermedades superadas que nos dieron más tiempo.
Cicatrices que nos recuerdan segundas oportunidades, que nos enseñan lo valioso de la vida, lo valioso de tener el tiempo y poder dedicarlo a las cosas que de verdad importan.
Cicatrices a través de las cuales salió vida, como un hijo querido que es parte de ti, de tus entrañas, o quizá cuando compartes una parte de ti con alguien amado (por ejemplo un riñón).
Cicatrices que dieron segundas oportunidades a otros, cuando le sacaron de un incendio a costa de salir quemados, cuando corrieron para protegerles y les atropellaron a ellos…
Hay cicatrices visibles, pero hay muchas otras que no se ven, las del alma. Aquellas que solo pueden ver y sentir aquellos que prestan atención a la expresión de la mirada, a lo profundo del corazón, al saber escuchar, acompañar... La pérdida de un ser querido, el sentirte minusvalorado, los miedos por las circunstancias de la vida, las inseguridades que nos llevan muchas veces a querer desaparecer, el dolor de ver sufrir a los que amas, las actitudes de otras personas que nos hieren en lo profundo…
Estas cicatrices no son tan visibles y es muy difícil ver su proceso de curación, pero que bueno es cuando tienes a tu lado las personas que son capaces de ver a través de ti, de tu mirada, de estar a tu lado y cuidar de tu corazón, que se toman el tiempo de escuchar, de estar, de saber ayudar, amar… Aquellos que están ahí, que ven esas heridas/cicatrices y son capaces de ayudarte en el proceso.
Pero ¿sabes qué? Jesús vio nuestras cicatrices por el dolor, la enfermedad, la maldad… Esas heridas del alma por la desesperación, la pérdida, el sin sentido e insignificancia que a veces nos corroe… Pero el también vio nuestro final: la muerte. Sin embargo, no dudó en buscar una solución, más bien en ofrecerse para serla.
El quería remediar todo ello, por eso, en su perfección estuvo dispuesto a llenarse de cicatrices por amor a ti, por amor a mi y con su muerte remediar la nuestra, y con su dolor aliviar el nuestro. Pero resucitó, venciendo a todo ello. ¡Gracias Jesús!
Sonríe con arrugas.
Recuerda a través de las cicatrices y valora el tiempo.
Agradece los que están a tu lado y son capaces de ayudarte a superar cada herida, porque miran más allá de lo que los ojos ven.
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