top of page

AVANZANDO


Desde pequeña recuerdo tener un impulso natural a cuidar de los demás.


Me encantaba cuidar de mis hermanos cuando se ponían enfermos, incluso de los mayores.

Era una sensación inexplicable de querer estar a su lado y saber que podía ayudarles, cuidarles y aliviar su dolor. En mi mente no concebía ver a alguien enfermo en casa y no estar cerca.

Así nació mi vocación. Por eso digo que soy enfermera de corazón.


Sin embargo, recuerdo que lo decidí porque un amigo muy querido de la familia, también enfermero, me dijo ¿nunca te has planteado ser enfermera? (yo tendría quizás unos 12-14 años) Puede ser que en mi mente me lo hubiera imaginado, o lo hubiera soñado alguna vez, pero desde ese momento tome una decisión y me di cuenta de que Dios me había dado un regalo enorme: una vocación y un carácter para ser ENFERMERA.



Desde ese momento, los esfuerzos se volvieron más llevaderos, porque en mi mente tenía un objetivo claro: ser ENFERMERA y poder cuidar mostrando el amor de Dios allí donde Él me llevara.


Emprendí mi camino. Comencé a estudiar en la universidad (Soria). No todo fue fácil: me tocó hacer recuperaciones en Julio algún que otro año, muchas horas de biblioteca, revisar bibliografía interminable y por supuesto citarla… En medio de mi camino, en 3º de carrera, mi hermano pequeño tuvo que ser intervenido y estuvo en la UCI (él tendría como 8 años más o menos). Cuando fui a verlo recuerdo llorar y preguntarme ¿realmente valdré para esto? ¿y si me he equivocado? ¿y si no soy capaz? La verdad es que tuve un poco de crisis existencial… Pero continué.


Después comenzaron las prácticas. Recuerdo echar partidas al ahorcado con los pacientes mientras les pasaba la quimio, saberme sus historias de vida, recibirles con una sonrisa…

Recuerdo mis primeras curas con dedición y esfuerzo. La primera analítica extraída o la primera sonda vesical puesta… Estar con gente que amaba lo que hacía, pero también con otros como los que nunca te gustaría acabar. En medio de este camino, enriquecido por muchas personas que nos enseñaron con dedicación, esfuerzo y cercanía. Compañeras que nos impulsaron, hicieron el trabajo más fácil, estuvieron en los momentos complicados, pero supieron echarse después unas risas o ir a cenar unos buenos huevos rotos.


Cuando la carrera acabó, todas las posibilidades se abrían ante nuestros pies y tocaba comenzar a caminar. Decidí estudiar un año entero el EIR (Enfermera Interno Residente), en Ponferrada. Fue un camino frustrante en cuanto a resultados, pero fue un año de aprendizaje personal y aprovechar el estar al lado de las personas que quieres cuando tienes la oportunidad.


Mi siguiente destino fue Madrid, donde estoy ahora. Busqué trabajo e hice mi primera entrevista. Éramos 3 enfermeras para un puesto en una residencia y yo no tenía ninguna experiencia. Mi sorpresa fue que me cogieron a mí. Mi propósito era estar unos meses mientras ahorraba y estudiaba el EIR para volver a intentar sacar plaza (cosa que no conseguí).


Siempre recordaré esa época con muchísimo cariño. Mucho trabajo, pero en buena compañía. Siempre había días malos, o momentos difíciles, pero el amor incondicional de los abuelos, el poder hacer lo que te encanta cada día… Poder cuidarles desde que se levantan hasta acostarse, sus días malos, sus manías, su vida, sus familias… Todo ello te hace cuidarles de una manera integral y completa, porque formas parte de sus momentos del día a día. Pero eso también hace más difícil las despedidas, dolorosas y duras.


Tengo muchísimo escrito de esa época, que quizá algún día os comparta. Pero os dejo un trocito de una de mis reflexiones: “Después de meses trabajando en la residencia es muy fácil agarrarse a la mano de muchos de tus abuelos, esas manos trabajadas, que ahora están débiles, arrugadas y deterioradas, pero que son las mismas que cosieron en París, cultivaron tierras, lavaron a mano inclusive rompiendo el hielo. Esas mismas manos que lucharon por el futuro, el presente que ahora nosotros disfrutamos. Esas manos que escribieron cartas de amor, llenas de experiencia, de lucha… De la mano de todos ellos y mirando a través de sus ojos ¡cuánto he aprendido! Me siento afortunada”


Después de casi 2 años y pico en la residencia, decidí por algunos motivos (condiciones laborales, aprendizaje, desarrollo profesional…) que era el momento de irme. Y con todo el dolor de mi corazón tuve que despedirme de las personas que tanto habían calado en mi corazón e influenciado en mi manera de ver las cosas o disfrutarlas.


Comenzó una nueva etapa en la que cubrí una baja unas semanas en una consulta en el Hospital de Móstoles, después en trabajos temporales en residencias cubriendo incidencias. Hasta acabé en un servicio de prevención de riesgos laborales haciendo reconocimientos médicos. En este último trabajo me di cuenta de que me encantaba cuidar de los enfermos y no hacer un trabajo tan monótono en cuanto a personas sanas se refiere, aunque aprendí y pensé en problemas de grupos profesionales que quizá algún día os cuente un poco.


En Diciembre de 2019 me llamaron para comenzar en el Hospital en el que sigo trabajando. Una época llena de retos, de aprendizaje, de muchos cambios, distintos servicios, muchos compañeros estupendos, problemas para conciliar el sueño por los nervios, pacientes que se te quedan grabados en la retina y en el corazón… y hasta una pandemia mundial.


Avanzando en este camino, puedo decir que me encanta mi profesión, que he descubierto muchas cosas sobre la vida, el sufrimiento y lo verdaderamente importante. Y que agradezco a Dios por ayudarme en cada paso de este maravilloso pero desafiante camino.

361 visualizaciones8 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

HUMANIDAD

Publicar: Blog2_Post
bottom of page