Nunca hubiéramos imaginado que un pequeño virus, que es imposible visualizar a simple vista, pudiera afectar tanto a nuestras vidas.
Al principio todo indicaba que era como una gripe ;se decía que se estaba exagerando. Y todos pensábamos así. Pero cuando los datos empiezan a crecer de maneras exponenciales, cuando se ve a tu país vecino tomar medidas drásticas, como confinar a su población, se nos viene a la mente el refrán de: “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, echa las tuyas a remojar”.
De pronto, la realidad que nos viene nos golpea con fuerza. Y nos damos cuenta de que los más catastróficos han acertado esta vez, en cierto modo.
Los telediarios y periódicos se llenan de datos de infectados y fallecidos, se impone el estado de alarma, y la gente se ve obligada a quedarse en su casa.
Las calles están desiertas, los parques vacíos y silenciosos, muchos trabajadores en su casa, y la mayoría de los negocios parados.
Y, entonces, todo se para. Las horas se multiplican, la distancia se agudiza, el temor comienza a crecer y las preguntas aparecen: ¿Hasta cuándo durará todo esto? ¿Qué haremos si no podemos controlar esta situación? ¿Y si nuestra familia se enferma? ¿Cuándo podremos volver a visitar a nuestros padres? ¿Cuándo abrazaremos a nuestros hijos de nuevo?
Soledad. En las habitaciones de los hospitales,y también en las casas que no recibirán visitas de sus hijos, nietos, padres o hermanos.
Respeto. De tener que hacer frente a semejante fuerza, un virus que pensábamos sólo afectaba a personas mayores. Pero no; gente joven también comienza a llegar. Y entonces, ya no sólo temes por tus padres, sino por tus hermanos, por tu cónyuge, por ti mismo...
Miedo. Esa sensación de no saber a lo que te enfrentas, de no saber si serás capaz de soportar tanta presión, tanto dolor, tantas emociones.
Pero, entonces, sacas las fuerzas y el coraje y te enfrentas cada día al virus y sus repercusiones. Por desgracia a veces hemos perdido la batalla; pero en nuestros corazones siempre quedará el recuerdo y la esperanza de aplaudir al primer paciente que fue dado de alta. La satisfacción de haber luchado, cuidado y consolado en cada momento.
Y entonces todos ponemos nuestra mirada en los arco iris de las ventanas, los que las personas les mandan a los pacientes, y los que hay colocados en infinidad de lugares, con la frase que enuncia: “Todo saldrá bien” ,y eso es lo que esperamos de corazón. Sin embargo, no siempre todo va bien.
Pero puedo decir, que pase lo que pase, mi esperanza está en Dios; Aquél que no defrauda, y nos acompaña y consuela en medio del dolor. Y entonces recuerdo un Salmo de la Biblia que dice así: “Alma mía, espera en silencio en Dios, pues de Él viene mi ESPERANZA”.*
*Salmo 62:5 Biblia Reina Valera
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