Esta semana un paciente me hizo reflexionar profundamente sobre mí misma, pero también sobre el corazón humano y su condición.
Estaba conversando con uno de esos pacientes que te enseña solo con su saber estar. Una actitud atenta, sin queja a pesar de todo, leyendo y aprendiendo a pesar de estar de estar ingresado.
Con buena conversación siempre y una mirada profunda de sabiduría, pero que comentando su estado de salud conmigo y con los ojos vidriosos me dijo:
- Y pensar que todo esto es culpa mía- sus palabras me hicieron parar, dejar de poner la medicación, buscar su mirada en unos ojos azules preciosos y poner mi mano encima de la suya.
Mi respuesta ante tal afirmación hecha con pesar fue la siguiente:
- Todos cometemos errores, excesos, no nos cuidamos lo suficiente… La condición del corazón humano… solo Dios puede cambiar nuestro corazón.
Sus palabras resonaron en mi mente durante un rato después. Cuando llegué a casa me puse a pensar profundamente en lo que me había dicho.
Esa conversación y la reflexión sobre su vida me hizo pensar en mi corazón, en mi vida, en las consecuencias a la larga de mis actos, de mi manera de comer, de perder el tiempo, de los excesos, de las consecuencias de las malas decisiones, de mis constantes actitudes autodestructivas en aspectos de mi vida…
También me hizo pensar en la importancia de reflexionar cuando uno todavía está a tiempo de frenar las consecuencias a largo plazo. Es muy común la expresión: “de algo hay que morirse”; sin embargo, a veces echamos papeletas para producir algo dañino en nosotros mismos, y te aseguro que cuando las consecuencias llegan y son estrechamente relacionadas con nuestras acciones, la culpabilidad es recurrente y casi imposible de dejar atrás.
Te invito a que pienses conmigo. Estoy segura de que si echas un vistazo a tu vida te puedes dar cuenta de cosas que te hacen daño, pero que te gustan, te producen placer, o simplemente no quieres renunciar a ellas. Podríamos poner millones de ejemplos, desde el tabaco, el alcohol, la comida basura, el comer por comer, las drogas, el juego, las apuestas, la pérdida de tiempo, las relaciones dañinas…
También me hizo pensar en las muchas ocasiones que como enfermera he juzgando a las personas de maneras muy duras, ante las evidentes consecuencias de sus actos, he visto la actitud de mi corazón al creerme mejor que el/ella. Sin embargo, cuando hago retrospección, encuentro a mi acusador personal, a mi conciencia que me grita como soy yo, y la misericordia y paciencia que otros tienen conmigo.
Me emociono al pensar en la culpa que cargó Jesús por mí, y la misericordia que tiene conmigo. Él podría habernos mirado con desprecio después de TODO lo que nos ha ofrecido y pensar: “tienen lo que se merecen” y no sería mentira.
Pero NO lo hizo. Él se cargó de culpa por ti y por mí. Decidió remediar la condenación que nos llevaba a la muerte eterna. Por desgracia las consecuencias de nuestros actos nos persiguen y muchas veces no se pueden evitar.
Pero la esperanza Eterna es que un día las deudas estén saldadas cuando estemos delante de Aquel a quién tenemos que rendir cuentas.
Hoy mi reto para ti es:
Reflexiona en tu vida. Toma decisiones, e incluso pide ayuda cuando lo que te hace daño eres incapaz de cambiarlo.
Cuando las consecuencias toquen a la puerta de los demás, cuídalos con amor y misericordia. Suficiente duro es lo que están padeciendo.
Pero respecto a ti , ¿dejarás que Jesús limpie tu culpa y te llene de esperanza?
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