Una alarma es una señal que nos avisa del peligro, y por lo tanto que nos ayuda a huir y protegernos. Sobrevivir.
¿Pero acaso es el fin de la alarma? ¿De verdad creemos que todo ha terminado? ¿Acaso el peligro no sigue siendo real? ¿Qué ocurriría si como seres humanos no percibiéramos el peligro? ¿Acaso el sentimiento de alarma no nos libra del daño?
El sábado se terminó el estado de alarma, mucha gente creyó que el coronavirus dejó de ser un peligro, o quizá no, pero actuaron cómo tal. Sin pensar en las consecuencias que ello va a acarrear.
¿Acaso se terminó el peligro?
Es posible que el cansancio nos lleve a correr hacia un precipicio, hacia el egoísmo de pensar que es mejor disfrutar del momento que ser cautelosos en protegernos, correr hacia el peligro de contagiar, de arrastrar a otros hacia el precipicio de ser infectados, o quizá abocar a la sociedad a un nuevo colapso de la sanidad, al aumento de los casos y con ello al aumento de las muertes de nuestros conciudadanos.
¡Qué frustrante! ¡Qué dolor! Ver a los pacientes sufrir, ver el miedo en sus ojos, la soledad, o tener que subir a alguien de tu edad a la UCI. Cuando les has visto ingresar, sabes de su familia, de sus gustos, sus habilidades…
Por eso, no puedo comprender lo ciegos que están algunos, de no ver la realidad, o quizá no querer verla. No pensar en el futuro. No sentir ni un ápice de respeto por la vida, pero si siquiera por la suya propia, la de sus amigos, familiares, compañeros…
Esto me hace pensar en la realidad del peligro que corremos en esta sociedad. El desenfreno de solo mirar el momento.
Vivir el presente como queramos, pero ¿Qué planeta dejaremos a nuestros hijos? ¿Qué legado dejaremos detrás de nosotros? ¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Acaso esta pandemia y todo el horror vivido no nos ha hecho pensar en lo importante de la vida?
Hace algunos meses escribí un artículo que se titulaba: “cuando todo esto acabe, no voy a ser igual”, pero sabes, no voy a ser igual mientras dure, quiero poner en práctica lo aprendido, pero desde ahora. Quiero recordarme día a día que estamos en peligro, y aunque tengamos que amar en el presente, vivir a tope las cosas pequeñas, eso no quita que tengamos que pensar en el futuro, prever las consecuencias de nuestros actos…
Hoy pensaba en que en esta profesión apasionante que escogería mil millones de veces más, y a pesar de mi corto recorrido profesional he visto fallecer a demasiada gente. He llorado en silencio al llegar a casa, también en los brazos de mis seres queridos, pero también he aprendido de mis pacientes, de sus vidas, de sus familias… Sin embargo, creo que el final de la vida es algo para lo que también hay que prepararse. Creo que todos tenemos esa parte espiritual que nos lleva a pensar en el más allá.
Vive disfrutando del presente, con sus limitaciones.
Amando con más fuerza que nunca, a veces en la distancia.
Cuida de las personas que te rodean, aunque eso implique no poder abrazar con fuerza en ocasiones.
Pero reflexiona en la alarma de lo espiritual, lo trascendental.
Jesús vio nuestra condición, las consecuencias de nuestros actos, y quiso abrir el camino hacia la solución. Por un poco de tiempo, el ser perfecto, amoroso y lleno de paz decidió hacerse mortal, sufrir, morir y cargar con las consecuencias del pecado para darnos la solución. Gracias a Jesús el precipicio desapareció. Entonces la vida, pero también la muerte, se llenaron de esperanza.
Una alarma es una señal que nos avisa del peligro, y por lo tanto que nos ayuda a huir y protegernos. Sobrevivir.
En Jesús no solo se sobre vive, sino que Él te ofrece: VIDA ETERNA
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