Cada persona de este mundo es importante, especial y única. El valor intrínseco de la vida, la nuestra propia, la de nuestras familias, amigos, compañeros…
Cada día de nuestras vidas estamos rodeados de personas. Algunas de ellas nos aman de forma incondicional, otras nos aportan y nos hacen crecer como personas, otros como profesionales; y de la misma manera nosotros con los demás. Entonces, nuestra historia se entrelaza con la historia de muchos otros. En la sociedad nos necesitamos unos a otros. Formamos lazos y relaciones. Es precioso. Aunque, por desgracia, también hay gente de la que podemos aprender cómo no queremos ser.
Cada amanecer es una oportunidad de vivir, un regalo. Es poder disfrutar de las cosas de la vida, ya sean grandes o pequeñas. Creo que, sin duda, esta pandemia nos ha zarandeado en este sentido. Nos ha obligado a pararnos y no dar por sentado las cosas. Hemos reflexionado en cómo estamos viviendo. ¿Guiados por nuestros valores o hacia donde nos “ha llevado la vida”?. Muchas cuestiones similares rondan ahora en nuestra mente.
Sin embargo, no solo hemos pensado en cosas tan profundas. Hemos echado de menos una charla despreocupada con amigos, las croquetas de la abuela, los paseos en el campo, la libertad de respirar, el privilegio de la salud, de ir a trabajar... Hemos echado de menos el bullicio de nuestras familias, o el hacer un viaje improvisado, planear vacaciones, abrazar a nuestros padres, hermanos, sobrinos, tíos, amigos, primos… El olor de una buena barbacoa/paella rodeados de risas. El decir “te quiero” en una despedida cercana, y no por teléfono. Por eso, cuando todo esto pase, no podemos olvidar las lecciones de vida que hemos aprendido, ni desperdiciar ninguna oportunidad de amar, cuidar y valorar las cosas que no se pueden comprar por mucho dinero que tengas.
Pero la perspectiva de muchas de estas cosas está cambiando, ya que “la muerte ha tambaleado nuestras vidas”, además del miedo de que esta tocara a los nuestros. No importa la edad, rol en la familia, profesión, o tipo de amigo que haya sido. Nunca viene en buen momento y siempre es dolorosa. Su historia ha sido parte de la tuya.
En muchas ocasiones hemos visto crecer las cifras de fallecidos y nos hemos escandalizado.
Sin embargo, a veces perdemos de vista que la realidad es más terrible que la cifras, pues cada número representa a una persona. Esa persona, con su carácter, su historia y esa historia entrelazada con una familia, con amigos, compañeros…
Para protegernos creamos un escudo a nuestro alrededor, porque si conociéramos la historia y la vida de cada una de esas miles de personas, solo en nuestro país, no podríamos vivir soportando todo ese dolor.
Pero, en cierto sentido, no podemos ni debemos ignorarlo. Ya que ser conscientes de la realidad nos da perspectiva para vivir de manera consecuente con las circunstancias y comportarnos con la responsabilidad necesaria.
En nuestro día a día en el hospital, los profesionales sanitarios hemos vivido momentos donde la muerte nos ha derrumbado. A algunos de esos números, les ponemos nombre y les ponemos cara. Detrás de esos números, hay familiares que no volverán a abrazar a aquellos de los cuales ni siquiera se pudieron despedir. Podemos decir que en muchas ocasiones la muerte nos ha superado… El desconsuelo, la despedida, ver el dolor de las familias, los amigos que no recibirán consejos, los compañeros que no tendrán con quién desahogarse.
Es en momentos así, que deseas decirles a las personas que amas lo importantes que son, coger el coche y pasar tiempo de calidad acompañándoles. Los enfados, pierden sentido.
Como testigo de lo ocurrido en primera línea, nos hemos sentido muchas veces indignados, por no tener los medios para todo el mundo, por no tener más tiempo para darles consuelo, esperanza, y cariño en momentos difíciles. Siempre hubieran merecido más.
Nos hemos enfadado porque después de salir de un turno y de ver morir a alguien, nos encontramos gente egoísta en las calles sin mascarilla y sin guardar las medidas de seguridad. Imaginaos lo que esto significa para nosotros…
Nos hemos frustrado por la falta de unidad en los políticos que nos dirigen. Da igual del color que sean, porque con la que nos estaba cayendo encima, no han sido los primero en renunciar a su dinero, sus peleas. No han sabido asumir su responsabilidad, darse a los demás y dejarse la piel por tantas personas y familias que estaban perdiendo lo más importante, aquello que no se compra con dinero: la vida de los que amaban.
Y esto me hace pensar de nuevo en Jesús. Sin duda alguna, no se parece a ninguno de nuestros políticos. Cuando vio nuestro problema, el pecado que conllevaba la muerte, estuvo dispuesto a dejar TODOS los privilegios y venir a salvarnos. Él vino de manera humilde y vivió una vida ejemplar. Pero no solo eso, sino que dio su vida para darte vida eterna. Él dijo: Yo soy la Resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto, vivirá*.
El vino para cambiar la historia. Pero es un Dios personal, que te valora de manera individual y quiere cambiar TU HISTORIA.
*Biblia, en Juan 11: 25
Qué bien explicado! Pienso lo mismo.